22 noviembre 2011

El autor de «Los viajes de Gulliver» también escribió de economía

¡Quien no ha leído el cuento o ha visionado uno de los filmes basados en Los viajes de Gulliver! ¿Quién? Cabe concluir que nadie, o casi nadie. ¡Hasta Joaquín Sabina ha cantado al gigante!, en su caso para poner en su sitio a los enanos; más exactamente, a los mentalmente enanos, que no es lo mismo...
Pues bien, el autor de la divertida y didáctica peripecia vivida por el imaginario Gulliver, Jonathan Swift, era irlandés; pero genética y geografía al margen --los recién nacidos nada eligen--, si de describir a Swift se tratara lo primero que cabe subrayar es que destacó por encima de sus coetáneos porque pensaba. Y sabido es que pensar acostumbra a causar dolor cuando se observa la realidad --conste que observar no es ver, sino mirar con detalle; porque lo que se dice ver, solo ver, es de lo más común e intrascendente.
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Reproducción facsímile del texto, publicado en
Mercados (La voz de Galicia)
Miserias irlandesas
La propensión intelectual de Swift, la sana costumbre de observar, fue la causante de que escribiera Una modesta proposición, que ya de entrada descubre su contenido: «Es un asunto melancólico para quienes pasean por esta gran ciudad [Dublín] o viajan por el campo, ver las calles, los caminos y las puertas de las cabañas atestados de mendigos del sexo femenino, seguidos de tres, cuatro o seis niños, todos en harapos e importunando a cada viajero por una limosna. Esas madres, en vez de hallarse en condiciones de trabajar para ganarse la vida honestamente, se ven obligadas a perder su tiempo en la vagancia, mendigando el sustento de sus desvalidos infantes: quienes, apenas crecen, se hacen ladrones por falta de trabajo, o abandonan su querido país natal para luchar por el Pretendiente en España, o se venden a sí mismos en las Barbados».
Este no es un libro de macroeconomía --que es la especialidad y visión, junto a la econometría, a la que desde un tiempo acá parecen condenadas las Ciencias Económicas--, sino que se trata de un fresco que describe con extrema acritud la realidad social de la Irlanda del siglo XVIII, entonces todavía colonia del imperio inglés, cuyos habitantes vivieron sucesivas hambrunas debido a un sistema económico en el que ya entonces las fronteras eran relativas; de modo que las plusvalías del rural irlandés emigraban a Londres --en rigor, eran expatriadas.
¿Resultado? El de siempre: hambre y emigración.
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Observador incansable
Swift, observador incansable, encorajinado por la muerte de miles de niños cada año y por la miseria de sus compatriotas, propuso que los desheredados --que equivalían al 90 % de la población de la isla-- se dejaran de pamplinas, afrontaran la realidad tal cual era y a la vista de que era imposible cambiarla, vendieran a sus hijos como si de terneritos se trataran como alimento para quienes pudieran pagar por ellos, los ricos --que en su inmensa mayoría eran anglófilos o secuaces de la metrópoli.
El libro, lógicamente, causó un monumental rebumbio. Entre los ingleses porque los señalaba como causantes del hambre, y entre los irlandeses porque el sentido del humor --mucho menos si es negro-- e interpretar en su justa medida las sátiras eran rasgos intelectuales escasamente extendidos entre las gentes de la mitad norte del Viejo Continente.
Hoy, a la vista de que las Ciencias Económicas se han reducido a macroeconomía y econometría, la propuesta y la sátira de Swift constituyen una lectura pintiparada para, si más no, observar la realidad con una sonrisa [triste] en los labios.

1 comentario:

  1. Muy interesante, descubrir esta parte del aventurero Swift. Gracias por la senalaciòn.

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