27 diciembre 2011

«Peregrinos de la herejía»: Compostela, legendaria tumba de dos líderes religiosos

Estos días festivos son propicios para la lectura y, dado que la religión está presente con mayor o menor intensidad, es ocasión pintiparada para abrir libros referidos a alguno de los numerosos mitos y leyendas que la curia (el Estado del Vaticano) ha convertido en historia (con minúscula).
Una de las leyendas católicas más extendidas es la que ubica en Galicia el enterramiento de Jacobo de Zebedeo o Santiago Zebedeo, más conocido por los creyentes como Santiago el Mayor.
La credibilidad de la biografía católica de Santiago Zebedeo es históricamente nula, por lo que depende totalmente del grado o intensidad de la fe de cada cual: creer es el sostén fundamental --y casi siempre el único-- para dar por buenos los avatares a los que la curia otorga valor de hechos probados aunque sean simples leyendas o puras invenciones.
Del enterramiento descubierto en una pequeña loma en cuyas inmediaciones acabó construyéndose la catedral de Compostela hay otras versiones y la más conocida es la que, también en base a otra leyenda pero más racional y creíble, apunta que se trata de la tumba de Prisciliano de Ávila, de origen gallego y que según algunos historiadores nació en Cacabelos (El Bierzo), comarca de la antigua Gallaecia que dieciocho siglos después fue provincia española (s. XVIII y XIX) y que finalmente fue adscrita a la de Llïón (León). 
En rigor, a tenor de los datos disponibles, es más creíble que el cadáver hallado en la geografía de  la que hoy es la ciudad de Compostela sea el de Prisciliano que el de Santiago Zedebeo. 
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Significados ajenos a
los oficializados por la curia 

En fin, en vista de que los restos de ese humano no identificado han sido utilizados para construir dos mitos y alimentar sendas leyendas y teniendo en cuenta que la hipótesis católica ha sido profusamente promocionada, lógico será conocer detalles de la otra versión, la prisciliana.
Además, para mantener viva la fantasía y la capacidad de creer, nada más adecuado que leer un cuento, en este caso una novela: Peregrinos de la herejía, de la que es autora la británica Tracy Saunders, texto editado por Anaya (2010) y Bóveda (2009).
El relato artillado por Saunders obliga a repasar algunos de los aspectos que adornan la fábula jacobea de Santiago Zebedeo, nacido en fecha no determinada en Betsaida (Galilea) y ajusticiado por orden de Herodes Agripa en el año 44 d.C., en Jerusalem. De su vida poco se sabe y de su estancia en Hispania, todo es leyenda pues nada está probado, pero de las circunstancias de la muerte de ese heterodoxo de fe judaica existe incluso prueba documental.
Sin embargo, el cadáver de Santiago Zebedeo no fue enterrado en Jerusalem, según afirmó y mantiene aún hoy el Vaticano, sino que habría sido recogido por varios de sus discípulos para ser cargado en una embarcación que --siempre según la Iglesia Católica-- navegó desde el extremo oriental del Mediterráneo hasta el Estrecho de Gibraltar y tras abandonar el Marenóstrum conocido, se adentró en el brumoso y mal conocido Atlántico, poner proa al norte, entrar en la ría de Arousa para desembarcar el cadáver en las proximidades del actual Padrón, transportarlo hasta una loma perdida en el interior de la ignota Galicia e inhumar los restos de Santiago Zebedeo en un recóndito lugar que nada significaba.
Sencillamente y sin rodeos: esa historia católica es tan legendaria como increíble.
¿Por qué y para qué enterrarían el cuerpo del afamado apóstol cristiano en la lejana y "perdida" Gallaecia romana? Según los novelistas de la curia, el Zebedeo descansa eternamente en esas tierras porque allí inició su periplo pastoral por Hispania, explicación que se puede creer o no, pues a la postre es otra de esas verdades que dependen exclusivamente de tener fe.
No hay documento ni rastro histórico probatorio de que el Zebedeo recalara en Hispania: se da por hecho y es teóricamente posible que así fue --posible no es sinónimo de probable-- en base a citas cuyos autores hablan (escriben) de oídas varios siglos después de ser ejecutado el Zebedeo en Jerusalem 
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El guión de Tracy Saunders

El guión de la bien construida, rigurosamente trabajada y muy entretenida novela de Saunders --poseedora de sendas licenciaturas y doctorados en Filosofía y Lingüística-- es el siguiente:
Miranda, profesora de la Universidad de Toronto (Canadá), viaja a España para recorrer a pie la Ruta Jacobea  desde el Pirineo navarro hasta Santiago.
Apenas iniciada la marcha la canadiense conoce a Kieran, seminarista irlandés que está traduciendo un libro escrito en latín de procedencia y autoría desconocidas.
Kieran y Miranda congenian, el irlandés se explaya y explica que el cuerpo hallado en las proximidades de Santiago en el siglo IX no es el del judío Santiago Zebedeo, sino que se trata del cadáver de Prisciliano, obispo gnóstico que vivió en el siglo IV d.C. y a quien El Vaticano repudió, calificó de hereje y ordenó ajusticiar.
Numerosos historiadores sostienen que la ejecución de Prisciliano fue el primer crimen de Estado perfectamente documentado que se perpetró por orden de la curia católica; además, ese asesinato legal tuvo las repercusiones inmediatas e históricas --probadas-- que la corte del Papa pretendía: preservar y reforzar los dogmas con los que se había logrado vestir la religión institucional en el Concilio de Nicea (año  325), celebrado a instancias y con el patrocinio del emperador Constantino el Grande para disponer de una religión oficial (ideología) que cohesionara las diferentes etnias, creencias y valores sociales del debilitado pero todavía vasto Imperio Romano.

Compostela esconde la gran paradoja católica... 

Pero retomemos la novela de Saunders... al día siguiente de confiar la versión prisciliana de la tumba hallada en la Galicia del s. IX a la profesora canadiense, Kieran desaparece y con él, el manuscrito que estaba traduciendo, donde figuran los datos que desmienten la leyenda jacobea pergeñada por la curia romana.
No obstante, el seminarista ha dejado a nombre de Miranda el borrador de una semblanza inacabada de Prisciliano. Y justo a partir de ahí, Saunders ofrece una biografía novelada del que fue obispo de Ávila, nacido en algún lugar de la Gallaecia romana, presumiblemente en Cacabelos (O Bierzo) en torno al año 340, pero muerto en Tréveris en el 385, donde fue ejecutado por orden del Papa. 
El cadáver del obispo fue trasladado desde Renania a su país natal por un grupo de parientes y amigos que lo inhumaron a escondida y lejos de O Bierzo por temor a las represalias de Roma; resultando que los restos que la curia identifica como de Santiago Zebedeo serían los del "hereje" asesinado en interés del Papa.
La paradoja es divina...
Dejando de lado la biografía que Saunders ha elaborado de Prisciliano, el posible traslado al noroeste hispano de los restos del obispo de origen gallego es sin duda alguna más creíble --incluso es probable-- que el enrevesado cuento de que los restos del cananeo Santiago Zebedeo fueron transportados desde Oriente Próximo para ser inhumados en secreto en un lugar también secreto del extremo occidental del Viejo Continente.
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Catedral de Santiago de Compostela
Pero, ¿es verdad 
que el Zebedeo 
viajó a Hispania?...

Según la historia oficial pergeñada por El Vaticano, poco después de la crucifixión de Jesús de Nazaret los primeros apóstoles cristianos, con Pedro a la cabeza, decidieron viajar a distintos países mediterráneos y del Oriente Próximo para predicar la nueva fe judaica, motivo por el que Santiago Zebedeo habría navegado hasta Hispania.
A partir de ahí hay dos narraciones, siempre según la leyenda oficial que difunde la curia católica: una dice que el apóstol habría desembarcado en Tarraco (Tarragona) y la otra, la mantenida por los defensores de los significados y valores jacobeos --incluidos los económicos y turísticos--, narra que el predicador desembarcó en algún lugar de la costa de Galicia [hay distintas versiones a propósito del enclave, si bien la más mencionada es Iria Flavia (en el actual Padrón) y la segunda o alternativa es Noela (Noia)], desde donde habría iniciado su magisterio y recorrido hispano por la mitad norte de la Península, de poniente a levante, recalando entre otros lugares en Caesar Augusta (Zaragoza), donde él y un grupo de sus seguidores habrían vivido la que oficialmente es la primera aparición de la fallecida virgen María, la santificada madre de la religión católica [hay madres vírgenes en casi todas las historias religiosas precristianas], que compareció sobre un pilar junto a la orilla sur del río Ebro, lugar donde ya entonces --reza la leyenda eclesiástica-- fue levantada una capilla dedicada a la progenitora del Nazareno.
Todavía en Hispania y siempre según la narración católica, el Zebedeo habría instruido a un grupo de evangalizadores hispanos conocidos como los siete varones apostólicos, a quienes confió la tarea de seguir predicando la fe de los heterodoxos judíos por la Península hispana cuando él la abandonara para regresar a Canaán.
El primer documento en el que figura una referencia de la aparición de la virgen María en Caesar Augusta es un manuscrito datado varios siglos después y que se guarda bajo siete llaves en el archivo de la basílica zaragozana.
De la estancia de Santiago en Hispania sólo existen vagas referencias escritas, todas datadas también varios siglos después de la muerte del apóstol y que, paradójicamente, la propia Iglesia Católica catalogó de “apócrifas”.
Por ejemplo, el llamado Libro de la Dormición de María (siglo XIII), cuyo autor relata que la ya muerta madre de Jesús se habría aparecido casi simultáneamente a todos los apóstoles que predicaban en distintos territorios para dar testimonio de la palabra de Dios, y una de esas apariciones sería la avistada por el Zebedeo, que según ese libro --escrito doce siglos después-- estaba predicando en Hispania.
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El ermitaño Paio,
el obispo de Iria Flavia
y Alfonso II el Casto

En el año 813, reinando el astur Alfonso II, un ermitaño gallego llamado Paio [en castellano Pelayo, ¡curiosamente el mismo patronímico que el iniciador de la llamada Reconquista!...] acudió al obispo de Iria Flavia (Padrón), Teodomiro, para informarle del descubrimiento de una tumba ubicada en lo alto de una loma sobre la que previamente habían sido avistadas unas misteriosas luces.
En el enterramiento --esto sí está probado-- yacía un cadáver decapitado, entre los restos de otros humanos, con la calavera colocada entre el tórax (las costillas) y (los huesos de) uno de los brazos.
Teodomiro y los católicos de Iria Flavia decidieron --se ignoran los argumentos esgrimidos-- que el cadáver era el de Santiago Zebedeo, tesis que también asumió como hecho irrefutable Alfonso II, que acudió al lugar donde habían sido hallados los restos para poco después, en comandita con el obispo, organizar la embajada que viajó hasta Roma para informar al Papa.

[INCISO: La Iglesia Católica jamás ha autorizado que los restos del cadáver fueran sometidos a pruebas científicas]

En este punto es obligado reseñar que sí está documentada arqueológicamente la existencia en la zona de un cementerio de muy probable cultura céltica, según los arqueólogos, que fue utilizado durante tiempo indeterminado por los clanes y familias residentes en la comarca.
Según los datos históricos disponibles, ese cementerio [compositum, posible origen del topónimo Compostela; aunque otra tesis mantiene que proviene de las palabras latinas campus stellae] fue una necrópolis comunal desde épocas remotas, pero no hay indicio histórico alguno que avale la leyenda jacobea, ni siquiera está probado que el cadáver de Santiago Zebedeo fuera  transportado lejos de Jerusalem --donde fue ajusticiado-- para ser inhumado de forma anónima en un ignoto paraje gallego en el que ocho siglos después fue construido un pequeño templo por orden de Alfonso II para honrar unos huesos que jamás han sido identificados y ni siquiera datados científicamente, para lo que tampoco han servido las inscripciones descubiertas en las inmediaciones [signos y letras de los que se han hecho traducciones contradictorias y, por si eso fuera poco, además se han elaborado reinterpretaciones "eclesiásticamente" interesadas y falaces que fueron generosamente difundidas y que cíclicamente son recordadas].
De modo que tan legítima y respetable es la leyenda alimentada por la curia católica como la que recrea la autora de la novela Peregrinos de la herejía, coincidente con la creencia --tampoco comprobada-- de que el sacralizado cadáver es el de Prisciliano.
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El fin de la
Tierra conocida

Con relación a la ubicación principal de ambas leyendas, Galicia, es obligado recordar que el cabo Fisterra [Finisterre] y en menor medida el litoral de Muxía, entre otros municipios, más los cabos VilánCorrubedo [situados en la Costa da Morte y en la boca de la ría de Arousa, respectivamente] fueron destinos de numerosas peregrinaciones procedentes de toda Europa desde antes de la era cristiana.
Distintos enclaves de la fachada atlántica europea [por ejemplo, el cabo Rocha (Portugal), la francesa punta de Saint-Mathieu o la península y localidad normanda de Mont Saint-Michel] fueron  considerados lugares donde se accedía a intangibles "sagrados" e iniciáticos, incluso se creía que en esos finisterres se obtenía el perdón o la cura de males cometidos o sufridos, según predicaban los brujos, sacerdotes, pastores, predicadores, chamanes, tonsurados o iniciados de distintas creencias precristianas, lo que convirtió esos enclaves atlánticos en destinos con un poderoso atractivo espiritual; sin rodeos y básicamente, la raíz de todos esas verdades religiosas era que en esas costas finalizaba la Tierra entonces conocida.
De esas peregrinaciones --aunque sería más exacto hablar de migraciones religiosas, mágicas o iniciáticas-- existen abundantes pruebas escritas y arqueológicas.
Las inhumanaciones realizadas en el ancestral compositum [= cementerio] compostelano, al igual que las de otros enclaves y camposantos gallegos, corresponden sobre todo a lugareños más a los leoneses, astures, castellanos, vascos, aquitanos, occitanos, catalanes, francos, bretones, normandos, germanos, etc. etc. y etc. que como creyentes de diferentes cultos migraron hasta los finisterres de Galicia, donde muchos de ellos perecían y eran inhumados.
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ENLACE a la página web de Pilgrimage to heresy (Peregrinos de la herejía), en inglés y con traducción parcial al castellano.
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